Nuestros padres, la seducción y la energía masculina: en la búsqueda del punto medio
Cuando un hombre comienza a estudiar la seducción es normal que en cierto punto se pregunte: “¿Por qué me faltan estas características? ¿Por qué nadie me las ha enseñado? ¿Son cosas que debería haber aprendido cuando era pequeño? ¿Quizás de mi padre? ¿Cómo era mi padre en ese sentido cuando era joven?”.
Es normal que nos planteemos estas preguntas pues nuestro padre ha sido la primera referencia en términos masculinos que hemos tenido. Después se ponen en marcha diferentes dinámicas sobre las cuales los psicólogos aún están debatiendo pero una cosa es segura: nuestro padre fue el primer ejemplo de energía masculina.
Por tanto, la cuestión es: si a nuestra generación le falta tanta energía masculina, ¿cómo eran las generaciones anteriores? Y si eran diferentes: ¿qué ha provocado el cambio?
Gabbo en un comentario me plantea una pregunta peliaguda a la que intentaré responder. Sobre estos temas se podrían escribir varios libros pero intentaré ser conciso, basta que tengáis presente que se podría decir mucho más pero ahora me limitaré a abordar los puntos fundamentales.
¿La generación de nuestros padres no sabía seducir o sí sabía pero no nos ha transmitido este arte?
Los factores que están relacionados con la capacidad de seducir son muchísimos pero en términos generales hay algo cierto: la generación de nuestros padres tenía, como media, más energía masculina que la nuestra.
Caso contrario, tendríamos que aceptar que lograron casarse sin saber tratar a las mujeres, sin saber crear atracción o rapport con una chica.
No obstante, cuando nace una relación siempre hay atracción y rapport. La secuencia atracción-rapport no es algo artificial, es la explicación de un proceso natural en el cual una conversación primero versa sobre temas ligeros y después, si las dos personas se gustan, se dirige hacia temas más profundos y personales.
Veo que a menudo los padres permanecen callados (mientras las madres son celosas de sus hijos y, de hecho, desean que se queden solos). Mi madre siempre se lamentó porque mi padre jamás le transmitió seguridad y nunca le hizo un cumplido. Entonces me surge la duda: ¿se casaban por casarse?
En este caso se trata de una situación familiar especial. Probablemente cuando se casaron se gustaban pero con el tiempo la relación se deterioró y ahora ambos se ven más defectos.
No obstante, de todo lo que he dicho se puede generalizar algo: nuestra generación está más capacitada que la anterior para satisfacer las necesidades emocionales de la pareja. Ahora hay más comunicación y, por tanto, más empatía. Antes el hombre era el que imponía la ley y basta.
Es posible que nuestra generación se haya encontrado de golpe con el síndrome del “buen chico”, es decir, de los hombres que se avergüenzan de asumir actitudes masculinas. ¿Hace 50 años el síndrome del “buen chico” estaba muy extendido?
Ahora llega la parte más interesante.
Este es el punto: en la segunda mitad del 1900 se produjo una despolarización progresiva de los sexos, el hombre era cada vez menos hombre y la mujer era siempre menos mujer.
Quiero que recordéis esto: en este cambio hemos ido de un extremo al otro.
Hemos pasado del “padre autoritario y la ama de casa sumisa de los años ‘50” al hombre demasiado afeminado y la mujer muy masculina.
Las condiciones anteriores eran negativas por diversas razones:
1. No había comunicación en la pareja
2. Las mujeres no podían trabajar y seguir sus propios sueños y objetivos
3. Las mujeres tenían poca libertad ya que estaban atrapadas dentro de su rol
4. El hombre no podía mostrar libremente sus emociones
Pero ahora estamos en el extremo opuesto, y esta condición también trae algunas desventajas, entre ellas:
1. Pérdida de la polaridad hombre-mujer y, por consiguiente, pérdida de la atracción
2. Al hombre le falta energía masculina y esto le lleva a estancarse en vez de luchar por conseguir sus objetivos
3. La mujer se ve imposibilitada de expresar su parte femenina: si a una mujer le gusta que la guíen es probable que sus amigas la tilden de “sometida”.
Por tanto, hemos pasado de un extremo negativo a otro, deberíamos habernos detenido en el punto medio.
Pongamos un ejemplo muy sencillo.
En los años ‘50 un hombre tenía que expresar su energía masculina para guiar a una mujer y a menudo terminaba suprimiendo la libertad de ella.
Hoy el hombre ya no sabe guiar y, si tocas este tema en una conversación, a menudo te tildan de machista.
Lo que enseño en este blog es el punto medio; es decir, saber guiar y expresar la energía masculina en el pleno respeto a la mujer. Que en este caso vendría siendo: “Yo propongo y guío porque sé que le gusta pero ella puede decirme su opinión y podemos conversar de manera respetuosa y democrática”.
En los años ’50 guiar significaba imponer pero guiar hallando el punto medio es otra cosa: cuando un hombre de verdad guía es porque la mujer le ha ofrecido un regalo pues ella siempre será libre de aceptar o rechazar esta guía.